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Cochambre inaudita: 04/09/05

sábado, septiembre 10, 2005

Agua y despedida.

LLegaba sofocada y la recibían muy contentos. -¡Hombre, tú por aquí! -Sí, yo por aquí, una silla, una silla que vengo muerta... -Hija, S. qué necesidad de fatigarte de esta manera, ¡dónde vas tan cargada, con tantas bolsas! -Ay, no me lo recuerdes...que me pongo a comprar cosas y nunca tengo bastante. Y pasa que lo tengo que llevar con mis bracitos... -Buena gana...eres tonta. Haberlo dejado en la tienda y ya iría G. a recogerlo más tarde. - No, si lo dejo aquí y que se lo lleve a casa luego ,que también vendrá a arreglar cuentas. No puedo con tanto. Y esa cuesta con tantas bolsas, me daría algo. -¿Qué te pongo? ¿Una cervecita bien fría? -No, no quiero nada, bueno sí, un poco de agua que no esté muy fría. Me duele la garganta desde anoche. -Habrás cogido frío. Cuidate. ¿Pero no quieres nada más que agua? -Sí, está bien. Agüita para el sofoco que traigo. -Todavía no te he visto tomarte nada que no sea agua en esta casa...Qué valor tienes. -Bueno, cómo me voy a tomar algo que no me apetezca, a la fuerza...que eso de ir a cumplir está muy antiguo. Naturalidad, sin tanto cumplido, L. -¿Ves R. qué barato sale invitarla? -Pues qué más se puede pedir. Qué tonta eres. -Oye,¿ y cuándo te marchas? -Pasado mañana. -¿Vendrás a despedirte, no, es lo suyo? -Sí, vendré a tomarme con vosotros otro vasito de agua , que me sabe tan bien aquí, con vosotros, en buena compaña. -Qué pronto se acaba todo, si hace nada eras una recién llegada con tu maleta buscando piso... -Vamos, que no me he pasado días incordiando con que esto está roto, aquello no funciona. No digáis que no os he dado la lata todo lo que he querido. -No será para tanto, mujer, lo roto hay que arreglarlo, estés tú o no de inquilina. - He estado muy bien en esa casa, con esos vecinos como soles. Y los caseros, ya ni te cuento. -Gracias, por lo que nos toca. Ya sabes, a volver a vernos, cuando tú puedas y quieras. Si no quiere venir G porque está atareado, tú te escapas y nos vienes a visitar. Te queremos, ya sabes tú bien, como a una hija. -Sí, lo sé y os lo agradezco infinito. El buen trato recibido, vuestra atención y cariño ; no hay quien dé más. -Bueno, pues ya lo sabes. Te vienes en cuando puedas a contarnos qué tal por Salamanca. -Eso no lo dudéis que yo venga por aquí a ver a mis amistades. Para entonces ya tendré el coche nuevo y así hago kilómetros para estrenarlo. -Eso, y te vienes con nosotros al campo que para entonces habremos arreglado, digo yo, de una vez el chalet y tendremos la piscina. -Fenomenal, no se hable más, que seguro que lo haremos así. Ahora me marcho, que ya he descansado y tengo la comida pendiente. Mañana venimos a despedirnos y ya veremos si se os escapa alguna lagrimilla, que no me entere yo, que con lo llorona que soy lo vamos a pasar de fábula. -Anda, anda con Dios y no nos pongas ya tristes hoy. Bastante disgusto llevo desde que me dijiste lo del traslado. Qué fatalidad, con lo felices que estábais aquí y ahora marcharos. -Pero a Salamanca no se va uno todos los día, R. compréndelo... Es una oportunidad única para G. -Sí, la vida de cada uno la elige él...Qué le vamos a hacer, es vuestro futuro. Que estéis bien allí, eso es lo importante. -Claro, salud ante todo. Y para qué adelantar acontecimientos. Sois jóvenes y el futuro es vuestro.

martes, septiembre 06, 2005

Familia rural.

Qué pareja más diferente, como la noche y el día. Él era alto, muy alto, excesivamente alto y delgado. Ella no, tenía que haber sido" alta y delgada como su madre, morená saladá, pero nada, se había quedado chaparrita, regordeta, muy poca cosa, vista de lejos. Parecían el punto y la" i". Era exactamente eso. Y causaban un poco de estupor cuando los tenías que saludar dándoles dos besos: primero te estirabas todo lo que podías para llegar a la cara de él; luego te agachabas como si fueras a besar a un niño pequeñito, para besar la cara de ella. Llevaban de matrimonio más de veinte años. Tenían tres hijos. Un par de gemelos chaparritos como la madre, y una chica esbelta como el padre. Así es la genética: juego y más juego, posibilidades infinitas. Ejercían de profesores en un colegio de pueblo y eran muy felices con su estilo de vida: disciplinado, metódico, ordenado y tranquilo, muy tranquilo. Sus hijos gemelos ya tenían doce años y vivían contentos en ese pueblo pequeño y con infinidad de posibilidades de poder pasarte los días jugando en el campo en juegos eternos y siempre tan diferentes en el paisaje natural. Así como los cuatro vivían encantados con su rutina, ella, la única chica era muy exigente, creía que aquello de vivir en un pueblo castellano era la muerte en vida y ella misma se moría por irse a estudiar pronto a Valladolid. Le gustaba imaginar el momento en que se despedía de sus padres (mua, mua, beso a papá estirándose todo lo posible; besitos a mamá, abrazándola y recogiéndola en su regazo como si fuera al revés, ella su hija que se quedara desvalida en su partida) Pero faltaban dos cursos académicos para ese momento y su paciencia cada vez estaba más enclenque. Ya no quería salir a dar largos paseos por la carretera acompañando a mamá. No le apetecía seguir con la colección de sellos de papá,tan interesante cuando ella era pequeña y que no le estaba permitido tocarlos y ella se quedaba frustrada mirando cómo su padre echaba las horas muertas en su contemplación extasiada. Con sus hermanos se llevaba rematadamente mal, siempre cuidando de ellos, siempre evitando que se hicieran daño o se ensuciaran demasiado, como una segunda madre que se sentía tan agobiada por sus travesuras que sería liberador cuando los perdiera de vista. A distancia les seguiría recomendando un poco de obediencia a su madre, pobre, que estaba ya tirando la toalla en su afán de evitar que fueran unos auténticos cafres. Y en aquel pueblo tan cafre como ellos... Los padres y los hijos dejaban pasar las horas deseando cosas de poca monta, pero tan importantes para sus deseos cotidianos que cuando alguno se realizaba, era compartido por todos como si fuera la cosa más extraordinaria del mundo: la nueva adquisición de un sello raro de verdad y que resultó una ganga; los niños habían aprobado, los dos, qué rareza, dos exámenes en la última semana, y sin pegar golpe, qué milagro; se habían encontrado unos nidos en los corrales del tío Pedro y tenían que vigilarlos de ese gato con la vista puesta en ellos; venía a pasar el fin de semana su amiga Purita desde Valladolid y le traería información de la carrera que estudiaría también ella, no la iba a dejar ni a sol ni a sombra...

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