La bombonera.

Le habían regalado una bombonera. Era justo lo que necesitaba: algo dulce, algo reconfortante como lo es el chocolate. Se sintió muy agradecido y le dedicó una sonrisa de sorpresa, gratitud y cariño sin límites. Abrió la bombonera y, después de ofrecerle un bombón primorosamente envuelto en un papel plateado de manera exquisita, se cogió uno para sí y sonreía cuando notaba su sabor ya casi desconocido para sus papilas gustativas por culpa de ese régimen matahombres. Había dejado de fumar, de beber alcohol y, como último vicio, el chocolate, que le gustaba más que todo lo demás junto. Era realmente adicto al sabor del chocolate y se sintió franqueando una puerta prohibida durante meses, como un ladrón haciendo acto de presencia en mitad de la noche, queriéndose llevar lo de más valor, sintiéndose afortunado por no ser sorprendido y con todas las de la ley para hacer lo que le diera en gana. Para recodar y sentir lo tantas veces olvidado: un poquito de buen humor, una sonrisa cómplice y una pausa en sus preocupaciones.