Tenía tiempo y lo derrochaba.

Pasaba mucho rato en la biblioteca pública de Plasencia. Venía a primera hora de la mañana y saludaba al personal del mostrador,las bibliotecarias, con una amplia sonrisa y haciendo un ademán amistoso se sentaba en el sitio de siempre, junto a los ventanales de la sala de la prensa diaria. Su edad no la podría precisar, porque me equivocaría. Era conocido de mi madre y me contó que había sido amigo de mi abuelo cuando eran jóvenes. Él ni lo sospechaba. Me saludaba amistosamente tanto en nuestros encuentros en la bliblioteca como en la calle si lo veía paseando a su perro por la Isla. Igual de correcto, amable y sonriente. Era ese tipo de personas con las que me hubiera gustado conversar largo y tendido. ¿Y por qué nunca lo hice? ¿No me daba confianza abordarle y sacar cualquier tema de conversación, por ejemplo, comentar que su perro era como el amo, encantador? Nunca me paré en mis carreras cronometradas en un furor por batir mi propio récord de resistencia aeróbica . Nunca pretendí saber más de él y no sospechaba que tuviera el mínimo interés en conocer cosas de una estudiante universitaria preocupada por su celulitis y por su imagen de" barbi"con pocas luces. Mi madre me había hablado de él porque me había chocado que siempre fuera con un sombrero por la calle. "Ah-dijo ella- ese es Miguel Gutiérrez de la Fe. Sí , hombre, muy amigo de mi padre, estuvieron juntos en la Batalla del Ebro y eran inseparables, como uña y carne , siempre paseando por la plaza los dos . Mi padre contaba que, cuando la guerra civil , Miguel le había salvado la vida en una ocasión y le estuvo agradecido por eso hasta que murió. Qué solo se quedó Miguel entonces...Ya no fue el mismo. Y soltero como estaba, sin familia por ningún sitio..." Cuando volví a verle, no sé, pero tuve la impresión de que me saludaba el abuelo que nunca había llegado a conocer.