Meditaciones a tumba abierta.

No puedo llegar a casa con estas notas. Mi padre pondrá el grito en el cielo cuando compruebe la gran mentira que le he ido soltando durante este trimestre. No me iba a quedar ninguna asignatura y podría comprarme la vespa. Ya ha preguntado precios y está él más ilusionado que yo. Todo sea por el aprobado, me dice el infeliz. Yo le he seguido la corriente desde que me propuso el chantaje: yo estudio y apruebo todas y él me regala la moto. Todo en regla, marchando un aprobado... Y ahora llego y le digo tranquilamente que me han quedado todas, pero todas, por no haber pisado el aula desde la fiesta de San Isidro. ¿Qué dónde me he metido todo este tiempo? En mil sitios, reunido con mis colegas en la casa de Pini la mayoría de las veces. Fumando y bebiendo cerveza y que nos quiten lo bailado. Claro que mi padre no entendería nada de nada y solo se limitaría a mirarme incrédulo y a desconfiar de esas notas que creería que estaban equivocadas, de otro alumno, no de su hijo menor. Pero sí, esas son mis queridísimas calificaciones de todo el curso. Ahora, qué se me puede ocurrir para escurrir el bulto. Yo no voy a casa con este boletín zarrapastroso. Es que ni un suficiente. Mi madre me mirará con ese gesto de desprecio que suele acompañar a sus broncas y me dejará indiferente mientras aguanto su ira. Pensaré en el maltrato a los menores y ya está. Esta mujer no sabe educar. No lo está ni ella. No sabe ni qué es educación. A mi padre le vas a ir tú con el cuento. Primero tendré que presentarme delante de él. Y no creo que lo haga. No os daré el gusto de decire el ya te lo decía yo. Se lo quitarán de la boca la una al otro. Y se enzarzarán en discusiones bizantinas. No tienen la culpa, pero ellos lo desconocen. Solo quiren lo mejor para mí y desconocen también que me da igual lo que ellos quieran. Yo les he salido defectuoso de fábrica o lo que ellos quieran, pero se van a tener que aguantar con lo que les ha tocado en esta feria. O eso o la fuga, darme el piro y no decir esta boca es mía por un tiempo. Hasta que se nos acabe el dinero a Pini y a mí por esas playas con la artesanía de sus hermanos. Esos sí que se metieron de lleno en lo que les apetecía hacer. Le dijeron a su padre el señor doctor todopoderoso que rabiara o hiciera lo que quisiera pero que se iban de hippeo a Ibiza y que les dejara decidir en sus vidas. Pini piensa como sus hermanos mayores y acabará como ellos por Ibiza. No sería mala idea dejar las palabras, las amenazas y convertirme en un hombre de acción. A buscarse la vida y a ver cómo se vive en otros lugares de la manera más libre y sin tanto futuro por delante lleno de pedruscos insalvables.