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Cochambre inaudita: Cambio de sitio.

jueves, febrero 01, 2007

Cambio de sitio.

Esta mañana me han cambiado el sitio por tercera vez en lo que va de curso. Bueno, a mí y a los veinte alumnos que estábamos en el aula en ese momento. Llegó el tutor muy enfadado y dijo deprisa y corriendo, que metiéramos nuestras cosas en la mochila, que nos iba a cambiar de sitio. Hubo protestas de más de uno. Los de siempre, la boca no la cierran ni viéndole enfadado. Les echó una mirada asesina y vio cómo recogían sus cosas desparramadas por las mesas sin rechistar más. Yo no dije nada, como siempre. Iba como un cordero al matadero, según mi estilo y me puse al final de la clase, como nos estaban ordenando. Parecíamos esos judíos llenos de maletas dispuestos a ser transportados en un tren camino del campo de concentración. Las caras eran taciturnas y reconcentradas. Yo estaba pensando que como me llegara a poner con Laura de compañera, me iban a salir los colores en las mejillas y más de uno se echaría a reír y hacer tonterías. Esperaba, deseaba con todas mis fuerzas que no sucediera eso. Ella estaba tan fresca, y creo que a su vez desearía que la pusieran con Germán, por quien bebe los vientos ahora, la muy imbécil. Todo podía suceder, por qué no, y qué feliz se sentiría la pobrecita ilusa que no sabe nada de ese tonto a las tres. Peor para ella. Ya se llevaría el batacazo ella solita. Cuando empezó a nombrar el tutor por orden de lista, no podía dar crédito. Germán Avendaño se sentaba al lado irremediablemente de Laura Ávila. Vi cómo avanzaba hacia la esquina derecha de la primera fila el bobo más bobo del instituto, con su mochila Nike a cuestas, su ropa pija y su pelo largo y rizado como un Bisbal cualquiera. Qué satisfacción más grande sentarse al lado de la más inteligente de la clase. Él, un cabeza hueca que no aprobaba más que la educación física. Me dio más rabia ver la cara alelada de la superinteligente Laura, que se había transformado en la lela niña pija también de la media sonrisa, como que las tiene todas consigo. Se sentaron juntos, se sonrieron mucho y empezaron a sacar sus cosas de la mochila. Me pareció eterno el momento de oír los siguientes nombres, uno tras otro, hasta llegar al mío. Me había tenido que tocar al lado de la número uno en follones. No había una trifulca en la clase en que no estuviera ella metida. Vanesa Ridruejo. Ya estaba echada la suerte. Laura con su amado y yo con la peor, con diferencia. Me sonrió en la distancia. Qué orgullosa se debía sentir y cuánto desprecio vi en su mirada. Estábamos relativamente cerca, dos filas detrás de la suya. Así que tendría todo el campo visual para ver a los tortolitos encantados de haberse conocido en esta oportunidad tan buena del cambio de sitio. Ah, ella no había hecho nada, el tutor era el responsable. Y que no nos dijera ya a cambiar más el sitio. Así estábamos geniales. Eso le estaba comentando a su amiga Marisa que había ido a parar providencialmente a la fila de atrás. Ya estábamos todos. El maromo al lado, la amiga íntima detrás y el calzonazos que era yo, bien lejos. ¿Qué más se podía pedir? Cuando terminó lo del cambio de sitio, y en qué hora, nos pusimos a trabajar en una maldita ficha de tutoría. Las bobadas de siempre y que se las tenía que llevar al finalizar la hora. Firmamos todos y rellenamos los datos que se nos pedían. Habló largo y tendido de la disciplina, de las faltas de asistencia, de las justificaciones, de la limpieza del aula y de más o menos los mismos temas de cada clase de tutoría, que veníamos haciendo desde principios de curso. Yo lo oía todo como quien oye llover. Y, de repente, alguien comentó en voz alta que estaba nevando. Nos levantamos incrédulos y a las ventanas nos fuimos, sin pensárnoslo dos veces. Ni atendimos al tutor, ni nos acordamos de sus sermones. Hasta creo que él fue a mirar por la ventana. Lo que sí oí bien clarito es que estaba prohibido abrir las ventanas y dejar que se fuera la calefacción, con la que estaba cayendo. Así estábamos, contemplando en la distancia la nieve tan bella, que ni me volví a acordar de mi mala suerte en el cambio de sitio. Sólo me vino la realidad de golpe y porrazo, cuando la medio boba de Vanesa me preguntó si yo me llamaba "De Toledo" y era realmente de Toledo.

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