El cachorrito.
Las niñas estaban locas por ir a conocer al nuevo perrito que tenían en la finca. Acababan de llegar y ya estaban buscando y viendo por dónde andaría el cachorrito. Lo sacaron de unas habitaciones de la casa y se pusieron a jugar entusiasmadas. El pobre perro no sabía a quién atender primero si a la mayor, al padre, a la madre o a la niña pequeña que gritaba no se sabía bien si de alegría o de miedo. Tal vez debido a ambas cosas que provocaban una tensión al perro, difícil de dominar. Había salido como un toro del toril, casi embistiendo y sin centrarse en alguien en concreto. Era la alegría del reencuentro, de la primera presentación, de la amistad de toda la vida, porque se fue derecho al grupo y se alzaba en sus patas lleno de alegría,sin emitir ningún ladrido, con sus maravillosos ojos brillantes y temblándole todo el cuerpo. La niña pequeña no pudo escapar a tiempo de su arañazo y se puso a llorar desconsolada por el miedo de que se la llegara a comer, parecía un león hambriento. Su hermana se reía de su miedo intentando cogerle por el lomo y diciéndole "sentado, sentado, sentado", sin que el perrito supiera lo que era eso ni ejecutando tal orden. La madre salió a la defensiva de la pequeña y la consolaba como podía, mientras le sujetaba y le acariciaba la cabecita, detrás de las orejas. Pronto se le olvidó a la pequeña lo de su arañazo y empezó a jugar de nuevo llamándole "Currito" como para que le oyera a unos cuantos metros de distancia y, estaba a su lado moviéndose nervioso y arriesgado. Iba, venía, se sentaba; volvía a ir detrás del padre, se paraba y buscaba a la pequeña; salía detrás de la mayor, a ver si la cogía; se sentaba y dejaba que le acariciaran la cabecita; volvía detrás del padre, que llevaba en una bolsa algo, algo que olía muy bien; volvía a ver a la niña, gritaba mucho por todo; seguía a la madre hasta el coche y se tendía en el suelo hasta que volvía a salir la madre y le acariciaba; corría hasta donde estaban las niñas montando en bicicleta; iba detrás de un balón enorme y, asustado, se volvía a por el padre ,que tenía unas herramientas y le llamaban la atención,;oía a la niña gritar "Currito, Currito"y salía detrás de ella, como alma que lleva el diablo; se sentaba y dejaba que le acariciaran detrás de las orejas, alternativamente una y otra niña. Cuando llegó la hora de irse, se sintieron de repente tristes. Nada de llevarlo a casa, en el campo está estupendamente, les decían; pero ellas se lo hubieran llevado a casa, y lo hubieran atendido tan bien, le enseñarían a sentarse y a ser obediente, no que allí, con los demás perros, no iba a ser lo mismo, seguro que alguno le iba a dar mal ejemplo. Sobre todo el más gamberro de todos, el tonto de "Ivo". Pero su padre dijo que no y su madre les dio la orden de sentarse en el coche y que no se hablara más del asunto. Todos los días irían a llevarle comida y le comprarían un peluche para que jugara con él y no estuviera tan solo cuando se marcharan ellas; "Un peluche de dormir, como el que yo tengo", dijo la pequeña y se pusieron en camino haciendo planes para el verano con un cachorrito al que cuidar.
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