Escribe que escribe.
Por su culpa ahora en mi casa escribe que escribe. Qué imbécil es el pobre. Mañana, ni le miro cuando vaya a clase. Que no me venga con monsergas ni con que debo estar más atento. Ya me quedan unos cuantos meses para decirles adiós para siempre. Qué alivio perder de vista a tanto estúpido. Ellas no lo son tanto. Pero tampoco son santo de mi devoción. A tanto no llego. Solo que se puede dialogar con ellas y llegar a un acuerdo. Impensable con esos tarugos que tienen el cerebro desaparecido en combate. Las oposiciones les dejaron con un puesto vacante para el cerebro. No sé de dónde los fueron a traer, pero qué pandilla de marroneros. A cual más inútil. Pero yo sé de uno que se va a acordar de mí el último día de curso. Que se vaya preparando para irse a su querida ciudad montado en un coche superdecorado de spray verde gusanito. ¿Qué no? Vaya, como que me llamo Javier y estoy ahora copiando letra por letra el primer capítulo de El Quijote por su culpa. Y lo más gracioso es que yo no hacía absolutamente nada en su clase. Ni había agarrado el libro aún cuando me llamó la atención de esa manera delante de mis colegas. Y cómo se reía el pánfilo de Sebastián. O esa pija de la primera fila que se cree la reina de Saba. Me dieron ganas de levantarme y preguntarles por qué se reían tanto. Después de ponerme como un gallo de pelea por lo injusto del castigo, no volvió a abrir el pico nadie durante la clase. Silencio en el que se mascaba la tragedia. Acabamos todos rebotados y cuando salimos al recreo ya iban con otra cara los que se rieron tanto. Ya llevaba yo puesta la cara de pocos amigos y a ver quién era el guapo que me decía algo de la escenita con el de Sociales.