Las siestas dan para más.

¿Que no hiciera ruido durante la siesta? ¿Eso le había recomendado su madre muy amorosamente cuando la dejó en la leonera-comedor? Ya poco importaba, o se había olvidado por completo después de haber visto dibujos animados, haber coloreado de lo lindo, haber vestido y desvestido a un millar de muñecas Barbi que ninguna estaba conforme con su ropa... Tanto trabajo en la siesta que acababa rendida. Ah, pero se recompuso rápido después de descansar tumbada en el sofá arropada por cuatro gatitos de peluche. La madre seguía durmiendo y no daba señales de vida aún. No había sido molestada en ningún momento de la siesta. Como ella quería, que la pobre había dormido mal por la noche. Perfecto. En el cuarto de la plancha había ropa de mamá y papá. A ver cómo me queda ese vestido todo arrugado. No pasa nada por eso, me lo pondré igual. Qué largo me queda. Hace falta unos tacones. A ver dónde puedo conseguir unos sin que mamá se llegue a despertar. En el mueble zapatero tiene unos muy bonitos que solo se pone para las bodas. Claro que ahí se acabó la paz, en ese momento en que la madre escuchó un taconeo irregular por el pasillo. Se levantó sobresaltada y cuando vio con los ojos entrecerrados lo que había al final del pasillo, agarrada a la pared, con un vestido color corinto, largo y lleno de arrugas, acertó a decir un dónde-vas-tú-maría-tacones que salió sin fuerza de su garganta y dejó a su hija pequeña sin habla, esperando algo más a su travesura apenas iniciada.