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Cochambre inaudita: 07/05/06

miércoles, mayo 10, 2006

Lidia

Lidia pensaba en su hermana, en que era probable que hubiese suspendido otra vez el examen de conducir. Iba siempre muy nerviosa y por más que se tomara, los nervios seguían en pie de guerra. La pobre no tenía consuelo cuando llegaba a su casa con la mala noticia. Lidia, entonces, solía abrazarla y le repetía monótonamente que ya vería como a la próxima le iría mucho mejor, estaría más tranquila y no tendría sofocones así. No servía de mucho, porque seguiría llorando y prometiendo que no se presentaría ya más veces. Entre todos en su casa acabarían por animarla y se le pasaría el disgusto, yéndose a dar una vuelta y sentándose en una terraza de la Plaza Mayor. Lidia quería muchísimo a su hermana y cada día se sentía más próxima a ella, a sus problemas, a sus inquietudes, a su sensibilidad. De pequeñas era todo lo contrario. No hacían más que pelear, quitarse las cosas, querer los mismos juguetes y siempre estaban a la greña. Con el paso de los años se habían dado cuenta de que no sólo les gustaban los mismos juguetes y los querían en el mismo momento las dos, como cuando eran unas mocosas, sino que tenían una sensibilidad parecida ante las situaciones que se les iban presentando. A todo le daban demasiada importancia y se sentían tan frágiles, tan a la intemperie que era demasiado duro vivir en la realidad. Por eso su refugio fueron los personajes de la fantasía, de la Literatura. Esas vidas de las grandes heroínas que eran vividas por ellas como si de verdad se pusieran en su piel, como si sus peripecias les fueran a ocurrir a ellas, quizás algún día. Siempre soñando con grandes historias, aventuras sin número y sentimientos novedosos, que esperaban descubrir , más tarde o más temprano, para tener una existencia mucho más plena de lo que se esperaría en una vida completamente anodina de la más insignificante provincia. Para Lidia era una tortura esa espera sentada en una banco de la facultad. Aburrida. Mortalmente aburrida de ese tiempo detenido en que no veía futuro a sus estudios. No lo había elegido ella por propia voluntad. Las circunstancias motivaron su decisión y por no defraudar más a sus padres terminó por matricularse en esa carrera que tanto tedio le provocaba. Menos mal que le estaba permitido soñar mientras tomaba apuntes mecánicamente o escuchaba indolentemente al catedrático que con tanto énfasis rebatía teorías obsoletas, como si él fuera el mismísimo autor del nuevo enfoque. Qué pesadez de clase. Cuánto grandilocuente suelto. Para qué tanto autobombo, por favor. Ese era el diario de su infectas enseñanzas. Lidia salió de la clase y se dirigió al teléfono de la cafetería. Su madre le explicó pormenorizadamente la maldita maniobra fallida que dio con el suspenso de su hermana. Esta tenía tal berrinche que no se quería poner al teléfono y pidió a su madre que se lo comunicara a Lidia. Ahora tenía ella también un nudo en la garganta y se planteaba tomarse el resto del día libre; ¿por qué no dar un extenuante paseo por una calle ruidosa, llena de gente, tráfico infernal y muchos cafés en los que ir recalando melancólicamente?

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